Platón y el
significado de valentía
Platón nos narra el diálogo
entre Sócrates y
Laques, a propósito de qué se entiende por
valentía. Sócrates lleva, progresivamente, a
Laques, a dilucidar las distintas maneras de entenderla, no por
buscar una definición en sí misma sino en procura
de precisar el sentido del término en cuestión.
Avanza el diálogo, alcanzando una primera
aproximación a si valentía es coraje, o más
precisamente, si es un coraje sensato, al comprender la
razón; o bien si debe también contemplar la belleza
para serlo, puesto que la valentía es algo bello, para
arribar al final a que aún habiendo sido, Platón
y Laques, valientes de hecho, no lo fueron de palabra, puesto que
no pudieron expresar lo que cada uno entendía por
valentía, en palabras. Así es de hondo y
maravilloso el poder de la
palabra.
En un mundo de información, el axioma socrático es
una evidencia: sin reconocer la propia ignorancia no hay
disposición a aprender ni a corregir sobre lo
aprendido.
La responsabilidad del hombre en el
mundo es activa
Al ser capaz de transformarlo para bien y para mal, no
puede caber duda alguna del tenor de la responsabilidad inherente
al hacer humano. Fue Saussure quien distinguiera al lenguaje, en
su doble vertiente de "lengua" y
"habla", luego la palabra contiene un significado que trasciende
lo lingüístico, una vez que la palabra comprende
tanto a la realización como al "ser" mismo que es, a no
dudar, palabra en sí mismo, logrando, pues, la unidad.
Esta misma unidad de criterio que en la Biblia encuentra un
sentido aún más hondo de la Palabra.
Como reza en el Evangelio de Juan:
":1 En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el
Verbo era Dios.
1:2 Este era en el principio con Dios.
1:3 Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él
nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. "
El hombre es
la última palabra de Dios, la más grandiosa obra de
su creación. La palabra es tanto herramienta cuanto arma,
depende de cómo se la utilice y qué
intención anime su uso, así como la
ponderación con que sea pronunciada.
Tomaremos algunas palabras de unos pocos hombres, a
saber: William Faulkner, John Steinbeck, José Saramago y
Paul Eluard.
El carismático William Faulkner, ese gran escritor
norteamericano y hombre vital supo, como pocos, aquilatar,
valorar el poder de la palabra. Fue arduo convencerle de ir a
Estocolmo a recibir, allá por el mes de diciembre del
año de 1950, el Premio Nobel de Literatura. Más
trabajoso aún lo fue el lograr que saliera de la
habitación de su hotel. Pero lo
hizo y cuando tuvo que hablar, fue tan breve como magistral.
Manifestó en aquella ocasión, lo siguiente:
"Siento que este premio no se me concedió a mí como
hombre, sino a mi trabajo
—el trabajo de
una vida en la agonía y en el sudor del espíritu
humano, no por la gloria y menos que nada por el beneficio, sino
por producir los materiales del
espíritu humano que antes no existían. De modo que
este premio se me ha confiado solamente a mí. No
será difícil encontrarle una dedicatoria a la parte
del dinero,
proporcionalmente con el propósito y el significado de su
origen. Pero me gustaría hacer también lo mismo con
la aclamación, usando este momento como pináculo
desde el cual me puedan escuchar los hombres jóvenes y las
mujeres dedicados ya a la misma angustia y afán, entre los
cuales ya está aquél que algún día se
pare donde yo estoy parado."
Y al decir esto Faulkner, nosotros también hacemos un
alto, no desde su pináculo sino desde otra altura, aquella
que narrara el texto
bíblico.
Moisés,
Faulkner y los spirituals
La Palabra dada y el hombre que la recibe:
Moisés. Fue el hermano de Aarón, el primero y
más notorio hombre en elevar sus brazos al cielo para
luego recibir la Palabra. La que sería tanto proferida
como cantada, en alabanza, en súplica, en el silencio
mismo que es, a no dudarlo, parte vital del acto de habla, en la
desesperanza como en la esperanza, en la creación
humana.
Al ingresar en el maravilloso mundo de la imaginación
creativa habremos de encontrarnos en un espacio y en un tiempo en
donde todo es dable y, por ende, luminoso. Hablemos de la palabra
cantada, hablemos de la música, de un estilo
de música: Los negros spirituals.
Cantos corales y de contenido religioso, tienen mucho de la tierra
africana y expresan el diálogo interior de quien estando
encadenado, privado de libertad, e
igual encuentra espacio y consuelo en unión con lo
inefable. En suma, un canto a la vida.
Cánticos estos, cargados de un simbolismo luminoso en
donde razas, credos y épocas se confunden en una sola y
esperanzadora mirada al principio del Bien.
Me explico, puedo -y quiero que lo intenten conmigo- ver a un
hombre negro, esclavo, sufriendo en aquella época en que
la esclavitud aun no
había sido abolida, tomar, por medio del Sonido, el rol de
Moisés, recibir la palabra divina y llevarla a su pueblo.
Ese mismo hombre negro del que nos hablara William Faulkner, por
ejemplo, en su novela "Desciende
Moisés". Ese conjunto de siete relatos donde el autor de
¡Absalón, Absalón!, nos acerca, una vez
más, el drama de la raza negra que diera curso, tan arduo
como doloroso, a una convivencia de dos razas en aquel
especialísimo lugar que fuera, hablo en pasado por la
intensidad de aquel entonces, el Mississippi profundo de principios del
siglo XX.
De la novela
pasamos al spiritual, recordando aquel que dice:
¡Go down Moses and tell the Pharaoh to let my people
go!
Tenemos, luego, otro cántico tradicional que expresa, por
ejemplo:
"Nobody knows the trouble I´ve had, nobody knows but Jesus,
y en otro pasaje del mismo, escuchamos decir: Sometimes I´m
up, sometimes I´m down, Oh, ¡Yes, Lord!"
Esto es, el hombre desvela su diálogo interior, la voz de
su conciencia, esa
comunicación entre la tierra y el
cielo, ese cántico profundo que busca elevarse al cielo,
por medio del Sonido pero también del más puro
Silencio, para intentar retomar el contacto con lo inefable,
llámele cada uno de nosotros como le llame a la síntesis
de su sistema de
creencias; yo, por lo pronto y como ya quedó claro desde
el inicio, le llamo Dios.
Convengamos, pues, que la música negra o afroamericana,
tiene dos brazos:
Lo inefable y colectivo, en los negros spirituals
Lo mundano e individual, en los blues.
Dos brazos que con el tiempo se unen y forman el jazz, en el que
luego se basan obras tan distintas como la Sinfonía del
Nuevo Mundo, de Antonin Dvorak y la ópera Porgy and Bess,
de George Gershwin. Crear es tanto como permitir que fluyan las
energías divinas que nos impregnan.
Continúa Faulkner su discurso, al
decir que: "Nuestra tragedia hoy es un miedo físico
general y universal sostenido desde hace tanto que ahora podemos
incluso cargarlo. Ya no hay problemas del
espíritu. Hay solamente una pregunta:
¿Cuándo reventaré? Debido a esto, el hombre
joven o la joven mujer que
escriben en la actualidad se han olvidado que los problemas del
corazón
humano en conflicto
consigo mismo puede por sí solo escribir bien porque
solamente eso vale la pena de escribir, valen la pena la
agonía y el sudor. Deben aprenderlos otra vez. Deben
enseñarse que la base de todas las cosas es tener miedo:
y, enseñándose eso, olvidarlo para siempre, no
dejar espacio en su lugar de trabajo más que para las
viejas realidades y verdades del corazón, las verdades
universales que necesitan de cualquier historia efímera y
condenada —amor y honor y
lástima y orgullo y compasión y sacrificio. Hasta
que no lo hagan así, trabajarán en la
maldición. Escriben no de amor sino de lujuria, de las
derrotas en las que nadie pierde ningún valor, y de
las victorias sin esperanza y, lo peor de todo, sin
lástima o compasión. Sus penas no se conduelen de
los huesos
universales, no les dejan ninguna cicatriz. Escriben no con el
corazón sino con las glándulas." Se refiere,
quizá, a los hombres prácticos, esos seres
moralmente pequeños y perpetuadores de pesadillas.
Lo que nos recuerda la importancia capital de la
libertad.
La
Libertad
El privilegio de la libertad va junto con la carga de la
precariedad, por lo que debemos estar atentos ante el riesgo que esto
encierra.
Recordemos que Kant nos
iluminó al advertir que la libertad no es más
asequible al significado íntimo, en el ámbito de la
experiencia interior, de lo que a los sentidos que
nos hacen posible tanto bien como comprender el mundo.
También vale citar que él distinguió entre
la razón pura o teórica y la razón
práctica, cuyo centro es el libre albedrío. Siendo
que la libertad y el libre albedrío se funda en el hacer,
en la acción.
Agreguemos a esto lo dicho por la filosofa Hannah Arendt, de que
"en la medida en que es libre, la acción no está
bajo la guía del intelecto ni bajo el dictado de la
voluntad –aunque necesita de ambos para llegar a cualquier
fin particular- sino que surge de algo por completo diferente que
–recordando a Montesquieu en
su análisis de las formas de
gobierno– llamaré principio"
Para seguidamente clarificar la querida Hannah, que: "A
diferencia del juicio intelectual que precede a la acción,
y a diferencia del mandato de la voluntad que la pone en marcha,
el principio inspirador se manifiesta por entero sólo en
el acto mismo de la ejecución."
Somos, pues, libres, porque somos, en nosotros mismos, un
principio.
El hombre es un inicio y un iniciador, porque sólo el
hombre puede empezar en tanto él es un comienzo, lo que
nos lleva a sostener ser humano y ser libre, es una y la misma
cosa.
El hombre, digámoslo con claridad, desde una lectura
bíblica e interpretativa, es un sistema abierto: mantiene
la posibilidad inefable de progresar y perfeccionarse, de
ahí lo de initium. De ahí que defendamos con ardor
la propuesta antigua, retomada por Arendt, de que el hombre es la
capacidad cabal de empezar.
Es él quien podrá, merced a lo antes dicho,
cambiar, ahondar, y por tanto, el mejorar las condiciones de la
vida; pese a la realidad que muchas veces puede ser y es
acuciante, pese a las condicionantes tanto históricas como
de orden externo, aun así, el hombre mantiene viva la
llama de la esperanza por imperio de dar curso a la esperanza
activa del principio redentor de la acción en la esfera de
lo público como complementación de lo actuado en la
esfera de lo privado; en el ejercicio irrestricto la libertad, en
el marco del Derecho, de la Justicia y del
amor, el hilo conductor en todo este proceso
dinámico.
En lo que atañe a la libertad, uno siente que la invoca
cuando hace posible, -en términos prácticos y
cotidianos- la
comunicación sin barreras, sea al exponer pareceres
sobre cuestiones científicas, intelectuales
y religiosas, por ejemplo, bien como la enseñanza más abarcadora que, en lo
societario, facilite la manifestación plena de nuestras
inquietudes.
Podemos, pues, colegir que, en una tal sociedad,
existe un espíritu tolerante, el cual, además de
las garantías que la ley pueda y deba
suministrar, genera una atmósfera propicia a
la expansión de la libertad, de una libertad externa.
Ahora bien, para el desarrollo
espiritual de la persona, la
libertad es tal cuando la persona, que no el individuo,
antes bien y reitero: la persona, tiene a su alcance las
posibilidades efectivas de satisfacer sus necesidades
básicas sin que esto le impida el poder manifestarse en
los restantes ámbitos de la vida, esto es, sea en la
esfera de lo público, como en la esfera de lo privado.
Apoyamos, claro está, que los bienes
instrumentales, destinados a sustentar la vida y la salud, sean posibles en el
marco de un trabajo tan digno y benéfico para la persona y
su comunidad, puesto
que no se trata, de una quimera, sino del derecho inalienable de
la persona a tener una existencia digna, derecho al que
jamás habremos de renunciar.
Corresponde ahora el acceder al segundo aspecto que es el de la
libertad interna y, por extensión o mejor dicho, por su
profundización, el arribar a la actividad creadora del
espíritu.
Según sostiene Ruth Nanda Anshen, es dable el pensar con
independencia
de las limitaciones de los prejuicios autoritarios y sociales,
bien como frente a la rutina filosófica y al ámbito
embrutecedor en general. Luego, en sociedad, en el ámbito
educativo, en el núcleo familiar -como en el vecindario-
se debe favorecer esta libertad, al fomentar el pensamiento
independiente.
Al trabajar, cotidianamente en este marco, habremos de generar
una atmósfera fecundante de la que devendrá el
hombre-en-sociedad, junto con los otros y para con los otros,
mejorando tanto su vida espiritual, como así
también las condiciones materiales básicas para un
desarrollo pleno de la persona.
De regreso a
Faulkner
Dejemos que Faulkner continúe su discurso ante
sus pares, en Estocolmo:
"Hasta que aprendan estas cosas, escribirán como si
sólo estuvieran parados, observando el final del hombre.
Yo no creo en el fin del hombre. Es harto simple decir que el
hombre es inmortal sencillamente porque prevalecerá,
porque cuando el eco de la última campanada del juicio se
haya apagado en la última y más miserable roca,
vacilante, aunque ya no le sacuda la marea, en el último
crepúsculo rojizo y agonizante, aún entonces
habrá un sonido más: el de la mezquina pero
inextinguible voz humana que seguirá hablando y hablando.
Lo que yo creo es algo más. Creo que el hombre no
sólo perdurará, sino que prevalecerá. Es
inmortal, no porque sea la única criatura que tiene una
voz inagotable, sino porque tiene un alma, un
espíritu capaz de compasión y sacrificio y resistencia…"
Detengámonos y sopesemos estos conceptos. Nos habla a
corazón abierto, sentimos esa sístole y esa
diástole que torna a la palabra en elixir de vida.
Luego prosigue el sureño diciendo que: " El deber del
poeta, del escritor, es escribir sobre esas cosas. Es privilegio
del escritor ayudar a que el hombre resista elevándole el
corazón, recordándole el coraje y el honor y la
esperanza y el orgullo y la compasión y la piedad y el
sacrificio que han sido la gloria del pasado. La voz del poeta
necesita no simplemente ser el recuerdo del hombre, puede ser uno
de los puntales de los pilares que lo ayuden a resistir, a
prevalecer…"
En tiempos de aflicción, de perplejidad e incertezas
tales, que muchas veces la angustia se instala en el centro de
nuestras sociedades, de
nuestras familias y de nosotros mismos, es que apelamos a lo
inefable, a lo inasible: a lo cordial: La palabra dadora de
sentido, reflejo de amor, aliento y pulsión de vida en
tanto muestra la
esperanza activa de quien la profiere para aunar, para rodear,
para responsabilizarse, para hacer en comunidad desde el deber
ser, desde un sustrato ético y moral
hondo.
Por eso es bueno recordar a Faulkner cuando afirmaba que:
"La voz del poeta necesita no simplemente ser el recuerdo del
hombre, puede ser uno de los puntales de los pilares que lo
ayuden a resistir, a prevalecer…"
Analicémoslo. Indaguemos y, al hacerlo, advertiremos que a
resultas de la porfía intrínseca de aquellos seres
dotados de decisión, armonía y claridad, la persona
vencerá. Y vencer significa, a mi modesto entender, ser
dueños de nuestro destino que no es otra cosa que el tomar
cuenta de nuestro cotidiano existir, con responsabilidad, de cara
al viento y en armonía con el Otro.
Dueños, pues, en determinación, dueños en
responsabilidad -con lo que implica de rigor y misericordia para
con nosotros mismos-, dueños de querer y de soñar,
siempre soñar, pero despiertos, fundamentalmente
despiertos, mientras permitimos que nuestros sueños
nocturnos proyecten, reparen, adviertan y tramen un amanecer
mejor.
Ya en el año de 1962, el escritor norteamericano John
Steinbeck, al recibir la misma distinción, dijo en tal
ocasión que: "La literatura es tan antigua como el habla.
Surgió de la necesidad humana y no ha cambiado, excepto
para hacerse más necesaria."
Prosiguió este grande de la narrativa y del humanismo,
manifestando que:
"La humanidad ha pasado por un tiempo gris y desolado de
confusión. Mi gran predecesor, William Faulkner, al hablar
aquí se refirió a éste como una tragedia de
temor físico universal, sostenido por tanto tiempo que no
hubo ya más problemas del espíritu, de manera que
escribir sobre el corazón humano en conflicto consigo
mismo pareció ser lo único digno de emprender."
Y, añade: "Faulkner, más que la mayoría de
los hombres, estaba consciente tanto de la fuerza humana
como de la debilidad humana. Él sabía que el
entender y el resolver el temor, son gran parte de la
razón de ser del escritor."
John Steinbeck fue protagonista de la hora dramática
vivida en los Estados Unidos de Norteamérica, luego del
derrumbe de la Bolsa de Wall Street –la tristemente
célebre Depresión–
y, con menos de treinta años de edad, merced a su alta
sensibilidad, supo ver los problemas
sociales que se daban en su país por aquel entonces y
les plasmó en una obra de la talla de Las uvas de la ira,
crónica de una familia en el
trance de resurgir luego de la debacle, donde crea personajes de
una profundidad tal que hicieron resaltar más aún,
en todo el mundo, la grandeza ética y
literaria de este escritor.
Al culminar su intervención, Steinbeck, ese hombre que
nunca perdió al niño interior, dijo: "Hemos
usurpado muchos de los poderes que una vez fueron atribuidos a
Dios. Temerosos y sin estar preparados, hemos asumido
señoría sobre la vida y la muerte de
todo el mundo de seres vivientes. El peligro, la gloria y la
elección reposan finalmente sobre el hombre. La prueba que
mide su capacidad para la perfección está a la
mano. Habiendo tomado un poder divino, debemos buscar en nosotros
mismos la responsabilidad y la sabiduría que una vez
rogamos que tuviera la deidad. El hombre mismo se ha convertido
en nuestra más grande amenaza y en nuestra única
esperanza. Así que hoy", finaliza Steinbeck, "podemos
parafrasear las palabras del Apóstol Juan: Al final
está la palabra, y la palabra es el hombre, y la palabra
está con el hombre."
Alguien comentó -creo que fue Goethe- que "todo lo cercano
se aleja."
Hoy nosotros tomamos cierta distancia para poder apreciar y
valorar, más que nunca, la vida misma.
Este nuestro mundo, ha visto resquebrajarse la fe en la modernidad, en
ídolos tales como la razón (en tanto se la quiera
reverenciar en lugar de ser lo que es: un método);
el progreso (en cuanto a la involución en valores); la
raza; la clase.
El vacío existencial es un dato de la
realidad
El hombre está alienado de sí mismo y se inclina
ante las obras de sus propias manos, lo que nos recuerda, por
oposición, a Abraham. Su padre era artesano y creaba o
recreaba ídolos a encargo de sus clientes. Lo que
el hombre moldea luego venera. Visto está que Abraham, a
partir de esas imágenes
tempranas de su vida, tomó un camino francamente
diferente. Optó por lo inefable.
La alienación del hombre se da por imperio de una
caducidad de los sentimientos y una carencia, cada vez mayor, de
pensamiento crítico. Hay una queda de la responsabilidad
que le atañe a cada persona y que no hace más que
propiciar una renuncia a la libertad individual, porque asumirla
implica responsabilizarse y para hacerlo hay que dar cabida a la
reflexión, al diálogo interior, a la voz de la
conciencia y a la cordialidad, al buen latir del
corazón.
Un seguimiento lineal de este proceso de renuncia, llevará
al hombre a su deshumanización y a la constatación
de una depresión profunda del individuo. La
cosificación, el mero tener para sentir que se es,
así se alcance un nivel importante, nos empobrecerá
enormemente, puesto que, recordando a Erich Fromm, podremos tener
mucho pero seremos muy poco.
Ver sin ver, es recordar a Polifemo, aquel cíclope que con
su único ojo hoy nos representa a quien se niega una
mirada más abarcadora, privándose, pues, de vivir
la complementariedad al optar, en su lugar, por una
síntesis perversa tanto de personas y como de sus
interacciones. Al no dar paso al Otro; al no estar en el Otro
para entonces reconocerse en su unicidad, en tanto existencia
entre iguales.
Luego, nos preguntamos, ¿quién ha muerto?
Cuando Ludwig Feuerbach planteó su teoría
de la proyección -o la muerte de
Dios-, en verdad lo proyectado fue "la muerte del hombre".
Una vez producido el Holocausto, se
dio, irremediablemente, el fin del paradigma de
la modernidad. Ésta comenzó promediando el siglo
XVII para caer en una profunda crisis luego
de la Primer Guerra Mundial,
iniciándose un período entre ésta y la
Segunda Guerra que
Martin Buber denominara el oscurecimiento de la luz del cielo, el
crepúsculo de Dios, refiriéndose al carácter del momento histórico de
esa hora.
El asunto, creo entender, está en privilegiar, en dar
rienda a aquellas pasiones facilitadoras y favorecedoras de la
vida, antes que a las otras, las destructoras. Creemos en la vida
y en un hacer en el que la persona esté en armonía
con los otros, sin perder su identidad, su
libertad; siendo responsable sea en lo público como en lo
privado. El sentido, pues, es el amor a la
vida antes que el amor a la muerte. La permanencia de estas
manifestaciones, nos hace ser personas y no cosas, nos aleja del
no-individuo.
Veamos ahora parte de lo dicho por el portugués
José Saramago, autor de aquella novela notable llamada La
balsa de piedra, al recibir también el Premio Nobel de
Literatura, al igual que sus colegas antes citados, en el
año de 1998. Al hacerlo, abrió su corazón y
retornó a su más tierna infancia al
decir que: "El hombre más sabio que he conocido en toda mi
vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la
madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún
venía por tierras de Francia, se
levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el
pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban
él y la mujer."
El hombre laureado, el que se encuentra ante el Rey de Suecia,
nos habla de su abuelo y de su abuela y de la añoranza de
aquel niño que hoy, con traje de hombre serio y elegante,
es agasajado.
Dice luego, al mencionar a sus abuelos maternos, que:
"…Eran analfabetos uno y otro. En el invierno, cuando el
frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los
cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de
las pocilgas a los lechones más débiles y se los
llevaban a la cama. Debajo de las mantas ásperas, el
calor de los
humanos libraba a los animalillos de una muerte cierta. Aunque
fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma
compasiva por lo que los dos viejos procedían así:
lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas,
era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de
quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho
más de lo que es indispensable." Y, hasta aquí,
parece que estuviéramos lejos de lo que veníamos
pregonando. Todo lo contrario.
Nos valemos de un admirable, y común, ejemplo de vida para
resaltar que la palabra tiene hondura, belleza y vigor a partir
de la persona poseedora de sentido, cuya mirada mira más
allá de las cosas, va hacia lo profundo del
corazón.
Continuemos con la ponencia de Saramago: "..Y algunas veces, en
noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo
me decía: "José, hoy vamos a dormir los dos debajo
de la higuera". Había otras dos higueras, pero
aquélla, ciertamente por ser la mayor, por ser la
más antigua, por ser la de siempre, era, para todas las
personas de la casa, la higuera."
Pensemos: La higuera, este árbol cargado de un simbolismo
riquísimo, nos habla de la sensibilidad, de la fecundidad.
Sensibilidad en este caso entre el abuelo y el nieto, fecundidad
para nosotros por lo que deparó el buen latir del
corazón del abuelo Jerónimo.
Otro árbol tiene, también, un rol central en la
obra de Steinbeck, A un Dios desconocido, que trata de un
cuento
místico que explora el intento del hombre por controlar
las fuerzas de la naturaleza y
por entender los caminos de Dios y las fuerzas del
inconsciente.
Cuando Steinbeck crea, en esta obra, al personaje de Joseph
Wayne, lo asocia a su padre, y, a ambos al árbol que
encarnaría el espíritu de su padre. Pero el apego
de Joseph a la naturaleza es tal, que cuando toma posesión
de su tierra, luego de separarse de su padre con la
bendición de éste, se postra en la tierra y,
literalmente, la toma para sí: Veamos lo que dice el
texto: "…Es mía. Todo lo que hay debajo es mío,
hasta el centro de la tierra." Dio unas patadas sobre la tierra
blanda. Después el júbilo dio paso a una punzada de
deseo que recorrió su cuerpo como una corriente caliente.
Se tiró cuerpo a tierra y apretó la cara contra los
tallos húmedos. Sus dedos agarraban la hierba mojada y la
arrancaban y volvían a hacerlo. Sus muslos golpearon
pesadamente la tierra."
No deja sombra de duda sobre la simbiosis que se produce entre el
hombre y la naturaleza viva.
Los latidos de la
naturaleza
Antes de volver a Saramago, recordamos al poeta
alemán Rainer María Rilke quien, en su tercera
carta al joven
poeta Kappus, le sugiere, entre otras cosas, lo siguiente:
"…No hay medida en el tiempo: no sirve un año y
diez años no son nada; ser artista quiere decir no
calcular ni contar: madurar como el árbol, que no apremia
a su savia, y se yergue confiado en las tormentas de primavera,
sin miedo a que detrás pudiera no venir el verano."
Prosigue el flamante Nobel de Literatura: "En medio de la paz
nocturna, entre las ramas altas del árbol, una estrella se
me aparecía, y después, lentamente, se
escondía detrás de una hoja, y, mirando en otra
dirección, tal como un río corriendo
en silencio por el cielo cóncavo, surgía la
claridad traslúcida de la Vía Láctea, el
camino de Santiago, como todavía le llamábamos en
la aldea."
Camino de Santiago que significa, recordémoslo, campo de
estrellas.
Y agrega: "Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba
con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando:
leyendas,
apariciones, asombros, episodios singulares…. Nunca supe
si él se callaba cuando descubría que me
había dormido, o si seguía hablando para no dejar a
medias la respuesta a la pregunta que invariablemente le
hacía en las pausas más demoradas que él,
calculadamente, le introducía en el relato: "¿Y
después?"
En este momento del discurso, el escritor reflexiona y al
hacerlo, nos atrevemos a asegurar, su corazón late con
mayor vigor. Dice: "Tal vez repitiese las historias para
sí mismo, quizá para no olvidarlas, quizá
para enriquecerlas con peripecias nuevas."
"En aquella edad mía y en aquel tiempo de todos nosotros,
no será necesario decir que yo imaginaba que mi abuelo
Jerónimo era señor de toda la ciencia del
mundo." Notemos cuán vitales fueron para aquel
niño, las palabras de un hombre bueno, cuánto
calaron en él las historias narradas por un aparente
analfabeto, al abrigo de una higuera y de un afecto
entrañable.
Estamos nuevamente en Estocolmo, año 1998. Continúa
hablando Saramago ante un auditorio respetuoso. Y se expresa
sobre su abuela, quien le advirtiera, respecto de las historias
del abuelo diciéndole: "No hagas caso, en sueños no
hay firmeza." Esa misma mujer, supo el escritor, creía en
los sueños, puesto que él nos cuenta que: "Muchos
años después, cuando mi abuelo ya se había
ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a
comprender que la abuela, también ella, creía en
los sueños." Y, nos explica por qué: "Otra cosa no
podría significar que, estando sentada una noche, ante la
puerta de su pobre casa…hubiese dicho estas palabras: "El mundo
es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir." No dijo miedo de
morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y
continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento
casi final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y
última despedida, el consuelo de la belleza revelada."
La persona en unión con la naturaleza, lo humano en
sintonía con el pulsar de la vida. Ejemplo que nos lo da
su abuela, quien: "Estaba sentada a la puerta de una casa, como
no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella
vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus
propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida
sólo porque el mundo era bonito, gente, y ése fue
mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias que, al
presentir que la muerte venía a buscarlo, se
despidió de los árboles
de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque
sabía que no los volvería a ver."
Al hablar de Saramago recordamos, qué duda cabe, a otro
portugués, a Fernando Pessoa, quien en unos apuntes
encontrados en su famoso baúl, luego reunidos bajo el
nombre de La hora del diablo, hace decir a este singular
personaje lo siguiente: "Soy naturalmente poeta porque soy la
verdad hablando por error….No soy, como dijo Goethe, el
espíritu que niega sino el espíritu que
contraría."
Trabajando Pessoa sobre la base de la ironía, dice luego
por vía del diablo:
"..Yo nunca pretendí decir la verdad a nadie, en parte
porque de nada sirve, y en parte porque no la conozco. Creo que
mi hermano mayor, Dios todopoderoso, tampoco la sabe."
Sin tanto sarcasmo, podemos colegir que la verdad se procura y, a
lo sumo, uno puede encontrarse con lo verdadero en alguna
instancia de la vida. Siempre con la palabra como herramienta de
labranza, como instrumento de indagación y
comprobación, nunca como arma para esgrimir odios ni para
transformarla en mero cliché.
La dimensión
humana
Aquella dimensión que se percibe en tantas
personas, en su digno trajinar cotidiano, pese al embate de lo
oscuro, desplegando con esfuerzo pero sin ambages la posibilidad
ser. Sin olvidar, obviamente, las dificultades que ante un tal
emprendimiento se habrán de presentar, igualmente acometen
la tarea con alegría, diríamos que con serena
alegría.
Trabajar para que aquellas posibilidades tanto de ser como de
estar en plenitud sea de igualdad
cuanto de libertad como de solidaridad, se
amplíen y profundicen, resulta una empresa digna
de llevar a cabo. Que lo temporal y contingente no nos prive,
también, de la cultura del
auto respeto, porque
el respeto supone, al decir de varios maestros, del juicio
discriminativo por oposición a la aceptación
indiscriminada. Y ésta, que yo sepa, encuentra terreno
fértil en la difusión de la apatía y del
cinismo, otra cara éste, de la parálisis moral.
En fin, somos defensores, por qué no, del vecindario,
crisol de la cultura pública y, consiguientemente,
favorecedor de la confianza pública. Espacios comunitarios
donde la palabra se da desde lo cercano y con amor, con el afecto
de quienes se conocen y conocen.
Bregamos porque tales espacios no sólo mantengan vigencia,
sino que la aumenten, al tiempo que vamos generando criterios de
progreso menos destructivos de la familia y
de las obligaciones
comunitarias.
En todo caso, aún resta mucho por aprender y comprender,
por eso quise compartir este sentir al hacer un alto, levantar la
vista y ver que la esperanza tiene rostro humano, que en la
acción es que uno ejerce su libertad y si es acción
compartida, mejor aún; más sentido tiene, creo yo.
Y tiene mayor significado, por el poder de la palabra proferida
con fundamento.
Pero no hay apuro, no hay prisa, aunque sí debe haber
perseverancia, inclaudicable. Recordemos lo dicho por Borges, en el
primer y magnífico verso de un sublime poema: Somos el
tiempo, luego…
Vale el recordar que el conjunto de una existencia es una
ilusión que no se construye sino por una ley de
cronología en perspectiva, dado que en cada uno existe el
lugar que aguarda a un genio.
La
música
Visitemos el último momento de la obra El
Mesías de Haendel, me refiero al Amen.
Haendel pese a haber gozado de gran fama y buen pasar
económico desde joven, merced a su quehacer
artístico, hubo un momento en el cual por diversas
circunstancias, padeció grandes privaciones, tan es
así que debió recluirse en su hogar londinense ante
el asedio de sus acreedores.
Lo cierto es que solamente muy avanzada la noche podía
Haendel salir a dar un paseo y respirar el aire del Green
Park, en la ciudad de Londres, allá por el año
1741, a sus 52 años. Iba, pues, caminando Haendel, cuando
de regreso por Pall Mall y Saint James Street, nos dice
magistralmente Stefan Zweig –en un texto que lo recomiendo
calurosamente-, fatigado, donde nadie pudiera verle ni
torturarle, sufría un cansancio tal como si estuviera
enfermo sin ganas de nada, dominado solamente por un pensamiento:
dormir, no saber nada.
Ya de vuelta en su hogar y una vez en su habitación,
divisa, merced a la débil luz proveniente de una vela,
divisa, digo, un sobre su mesa.
Era una carta de Jennens, el poeta que escribiera el libreto de
su Saúl, como así también el de aquella
bellísima pieza intitulada Israel en
Egipto.
En esta ocasión, Jennens le solicitaba diera música
a un poema que iba adjunto a la nota, se trataba, ni más
ni menos, que de El Mesías. En una primera reacción
Haendel desdeñó con furia tal posibilidad.
Apagó la luz y procedió a acostarse para no dormir.
Al cabo de las horas, se levantó tomó el poema en
sus manos y se sobresaltó.
La obra del genio comenzaba a fluir, la esencia imprimía
luz al Ser. A partir de ese momento y durante tres semanas
Haendel no salió de su habitación, en tanto,
febrilmente, componía su obra.
Casi al finalizarla, llega a la palabra final; arriba al
Amen:
Dos sílabas que alargó y desunió sucesivas
veces. En espléndida fuga, nos enseña Zweig,
compuso este ¡Amen! en base a la primera vocal, la sonora
"a"; el tono prístino, hasta formar con ella una catedral
de sonidos. Al tratar de llegar al cielo, agrega, con su
más afilado capitel. Elevándose cada vez
más, para descender nuevamente y surgir otra vez, hasta
quedar recogida, al final, por el fragor del órgano; por
el ímpetu de los coros; llenando todas las esferas, hasta
producir la impresión de que en aquel canto de gracias
intervenían también los ángeles.
Dicen, y yo puedo dar fe, que es imposible sustraerse, resistirse
siquiera, a esta fuerza en acción. Fuerza inefable; fuerza
que procede del espíritu y va en busca de sus pares: la
humanidad toda. En una sola palabra.
Tanto la vida como el
conocimiento son indivisibles, así como la vida y la
muerte son inseparables. Somos lo que sabemos, pensamos y
creemos. Estamos vinculados con la historia, con el mundo, y con
el
universo.
La vida, pues, está compuesta de momentos.
Demos paso a la
poesía
Hasta aquí lo mío. Ahora
permítaseme que culmine estas reflexiones, prestando mi
voz a un gran poeta, a Paul Eluard quien, en una de sus
más hermosas creaciones, dijo: "Hay una palabra que me
exalta, una palabra que nunca he oído sin
estremecerme, sin sentir una gran esperanza, la más grande
de todas, la de vencer a las fuerzas de la ruina y de muerte que
agobian a los hombres. Esa palabra es: fraternidad."
Pues bien, que sea él y no yo, quien cierre estos
pensamientos y estas emociones
compartidas con vosotros. Me valdré de una de sus mayores
poesías, publicada allá por el
oscuro año de 1942, la cual comienza diciendo lo
siguiente:
Sobre mis cuadernos de escolar
Sobre mi pupitre y los árboles
Sobre la arena sobre la nieve
Escribo tu nombre
Sobre todas las páginas leídas
Sobre todas las páginas en blanco
Piedra sangre papel o
ceniza
Escribo tu nombre
Prosigue la cadencia de sentidos versos para, casi al final,
manifestar que:
Sobre el vitral de las sorpresas
Sobre los labios atentos
Muy por encima del silencio
Escribo tu nombre
Sobre mis refugios destruidos
Sobre mis faros desplomados
Sobre los muros de mi hastío
Escribo tu nombre
Sobre la ausencia sin deseos
Sobre la soledad desnuda
Sobre el escalón de la muerte
Escribo tu nombre
Sobre la salud recobrada
Sobre el peligro que se aleja
Sobre la esperanza sin recuerdos
Escribo tu nombre
Y por el poder de una palabra
Vuelvo a recomenzar mi vida
Yo nací para conocerte
Para nombrarte
¡Libertad!
Bibliografía:
Arendt, Hannah – Entre el pasado y el futuro,
Península
Biblia de Jerusalén – Alianza Editorial
Blotner, Joseph – William Faulkner Una biografía,
Letras/Destino
Damais, Émile – Haendel, Espasa-Calpe
Eluard, Paul – Poemas,
Editorial Argonauta
Faulkner, William – Desciende Moisés, Cátedra
Letras universales
Faulkner, William – ¡Absalón, Absalón,
Alianza Editorial
Historia de la literatura norteamericana – Cátedra
Pessoa, Fernando – La hora del diablo, Emecé
Platón
– Apología de Sócrates, Eudeba
Platón – Laques, Alianza Editorial
Platón – República, Eudeba
Steinbeck, John – A un Dios desconocido, PPC Editorial
Steinbeck, John – Las uvas de la ira, Cátedra Letras
universales
Héctor Valle
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